Ante el agravamiento acelerado de la crisis multidimensional que estamos viviendo, es del todo comprensible y deseable que haya un creciente número de personas que quieran expresar pública y colectivamente su disconformidad con el rumbo destructivo que está tomando la sociedad, así como su rechazo a la farsa política, la depauperación económica y la injusticia social. Pensamos, pues, que la participación en manifestaciones como las de "Democracia Real Ya" es mejor que permanecer en la apatía política y la pasividad ante la situación actual. Sin embargo, también pensamos que destinar energías a impulsar este tipo de movilizaciones es peor que destinarlas a construir un nuevo tipo de movimiento, reflexionado históricamente, articulado estratégicamente y radicalmente transformador, que permita dejar atrás el sistema oligárquico y eco-destructivo establecido actualmente y la mentalidad heterónoma e individualista prevalente hoy en día, creando una nueva forma de organización social genuinamente democrática y realmente ecológica y una mentalidad autónoma y cooperativa. Como argumentaremos a continuación, la manifestación del 15-M no puede dar lugar a un movimiento de este tipo, ni siquiera puede constituir una parte integral del mismo, ya que ni sus objetivos ni su estrategia apuntan a tal fin.
Más allá de la fraseología del manifiesto que, todo sea dicho, es bastante ambigua, vago e ingenua, la plataforma que impulsa esta movilización ha formulado una serie de propuestas concretas que podríamos considerar el núcleo "programático" subyacente a la convocatoria. Se trata de un conjunto de medidas (incrementar el control sobre la clase política y los paraísos fiscales, elevar los impuestos a la banca y a las grandes fortunas, aumentar la contratación de personal sanitario y profesorado, establecer la obligación de celebrar referéndums por las decisiones políticas importantes, proporcionar asistencia económica a los desempleados ya todas las personas de bajos recursos, efectuar un reparto del trabajo basado en la reducción de las jornadas de trabajo, etc.) que consideramos insuficientes y/o utópicas por las siguientes razones:
a) Son propuestas insuficientes por su carácter reformista, ya que en ningún momento impugnan ni tratan de sustituir las instituciones fundamentales del sistema actual, es decir, el estado "democrático" representativo y la economía de mercado capitalista, sino que se limitan reivindicar algunas mejoras. Sin embargo, la crisis generalizada y multidimensional que estamos viviendo hoy en día no se debe al mal funcionamiento de estas instituciones, sino a su propia idiosincrasia. Las dinámicas inherentes a la economía de mercado y el estado "representativo" dan lugar a una inmensa y creciente concentración de poder que no puede ser revertida a través de simples cambios cosméticos. Así, suponiendo que una tenaz y ardua lucha popular lograra implementar algunas de las reformas sugeridas, éstas no podrían hacer otra cosa que imprimir un ritmo ligeramente más lento el avance de la crisis multidimensional en curso ya que indefectiblemente deberían ser compatibles con el funcionamiento y la dinámica del sistema actual, con lo cual, resultarían bastante irrisorias en comparación al fuerte desarrollo de la crisis multidimensional que este sistema provoca. Por ello, pensamos que no es adecuado abogar por que la injusticia social, la inmensa desigualdad económica y la usurpación política sean barnizadas con una nueva capa de pintura "democrática" y/o "ética", sino que es menester apostar inequívocamente por el abolición del sistema actual, causa fundamental de los efectos adversos y los comportamientos perversos que sufrimos en la actualidad, y para ello, hay que dar luz a un nuevo sistema realmente democrático en todos los ámbitos.
b) Son propuestas utópicas no sólo porque, como es habitual en este tipo de planteamientos, no se da ninguna idea clara y realista de cómo estas medidas llegarían a imponer a las élites dominantes que tienen la sartén por el mango, sino sobre todo porque pasan completamente por alto que estas medidas contravienen radicalmente la lógica y la dinámica del sistema actual. La energía que alimenta el sistema actual es el crecimiento económico y la mercantilización, por lo que, los estados y las empresas de todo el mundo buscan maximizar su tasa de crecimiento del PIB y sus cifras de beneficios respectivamente. Un estado o una empresa que no siga esta lógica de perseguir el crecimiento económico a través de aumentar su competitividad/eficiencia, entrará rápidamente por el camino de la crisis y la disolución. Sabiendo esto, los gobiernos de todo el mundo se esfuerzan en aprobar leyes y reformas que apuntan a incrementar la competitividad del país, lo que implica, obviamente, una mayor explotación de sus recursos humanos y naturales, y por lo tanto, una mayor precariedad laboral, inseguridad social, malestar psicológico y destrucción medioambiental. Hoy en día, además, tanto los estados como las empresas de todo el mundo están encontrando crecientes dificultades para continuar incrementando su PIB y sus cifras de beneficios y, por ello, están intentando mantener la competitividad a toda costa, es decir, recortando, empobreciendo y destrozando aceleradamente las condiciones de vida de la inmensa mayoría de la población. No podemos taparnos los ojos ante esta característica medular de nuestra época: existe un conflicto cada vez más irreconciliable entre las necesidades de las personas y del planeta, por un lado, y las necesidades del sistema económico vigente, por el otro. Este conflicto sólo puede resolverse con un vencedor. O bien ganan las necesidades humanas y naturales, dando lugar a un sistema orientado a la satisfacción democrática de las mismas, o bien ganan las necesidades del sistema estatal y capitalista actualmente establecido, es decir, sus dinámicas basadas en la insensata persecución del crecimiento económico ilimitado y el aumento constante de la concentración de poder. Cualquier propuesta que pase por alto este conflicto insoslayable y fundamental resulta utópica y engañabobos.
Por otra parte, por lo que se desprende de sus comunicados, la plataforma convocante de esta movilización se hace cómplice de la tergiversación y desvirtuación del término democracia cuando sugiere que lo que hace que la sociedad actual no sea democrática es sólo la corrupción y el poder incontrolado que tienen las corporaciones financieras y empresariales transnacionales. Sin embargo, no es sólo eso lo que hace que vivimos en una sociedad oligárquica, sino que también juega un papel importante la propia existencia del estado, esto es, un aparato burocrático centralizado y separado de la ciudadanía y en posición de dominio respecto esta. El estado se autodenomina "democrático" para intentar legitimarse, no, obviamente, para que sea una institución que realmente confiera un poder real a las personas para decidir sobre los asuntos de la esfera pública. Resulta completamente equivocado, así pues, atribuir la ausencia de democracia solamente a la corrupción política y la dominación de los poderes económicos sobre los poderes "públicos": la propia esencia del estado "democrático" representativo es profundamente oligárquica. Para reivindicar verdaderamente una democracia real hay que luchar por la abolición de esta institución y su sustitución por un nuevo sistema de comunidades dirigidas democráticamente a través de asambleas populares, confederadas mediante delegados responsables y revocables.
En conclusión, consideramos que el carácter insuficiente y utópico de las propuestas de la plataforma que convoca a la manifestación de "Democracia Real Ya", así como su implícita connivencia con la desvirtuación del significado del término "democracia", hace que esta convocatoria sea, en el mejor de los casos, un espacio-tiempo que, como tantos otros, sirve para visualizar y expresar el rechazo de muchas personas hacia la crisis generalizada del mundo contemporáneo y, en el peor de los casos, un engañabobos que canalice la voluntad transformadora de algunas personas hacia unos objetivos casi siempre ilusorios y siempre insuficientes.